— Ricardo, ¿tú lo conocías…? — me dice Rita mientras me deja el cortado de cada mañana y, junto a la taza, el periódico del día abierto por las necrológicas.
— ¡Hay que joderse!… ¿Txema Poyo, atropellado por una bicicleta? — exclamo sorprendido al ver la noticia.
Y me olvidó del azúcar, hasta que tomo en primer sorbo del café, mientras evocó un pasado lejano, mirando el titular de periódico. «Txema Poyo, el DJ más famoso de la movida valenciana de los años 80, muere por un golpe fortuito en la cabeza al ser atropellado por una bicicleta«. Que ironía del destino, atropellarle una bicicleta a él, que siempre le gustó vivir deprisa…
— Venga, vamos con lo nuevo de Sister of down… ¡A bailar! — resuena su voz, en medio de la pista, abarrotada un sábado a las tantas de la madrugada.
Y aprovecho el momento para entrar en la cabina, su “Santa Sanctórum”. Me deja entrar con un ligero movimiento de cabeza, porque me está esperando. Él y su proveedor habitual, claro, que, desde abajo vigila atento mis movimientos. Sabe que le llevo el dinero necesario para acabar, a lo grande, ese fin de semana de fiesta.
En la cabina hay dos niñas monas, una botella de whisky medio vacía y, sobre la cubierta del último maxi de Propaganda, un campo de fútbol a medio acabar, con todas sus rayas blancas. Miro a Txema mientras él busca el siguiente maxi y lo coloca en el plato. Absolutamente concentrado en su papel, no pierde un segundo, coloca el vinilo, busca el punto exacto donde mezclar, ajusta mentalmente los segundos y lo suelta elevando el volumen hacia el cielo y llevando al público a un éxtasis colectivo que, nadie que no lo haya vivido, podría entender.
Me he quedado dentro, pero apoyado en la puerta, esperando con las manos en los bolsillos. Le he visto hacerlo muchas veces pero sigue dejándome impresionado. Sabe leer perfectamente las ganas de fiesta de un público diferente cada noche, y cada sesión es distinta. En cada una de ellas sabe metérselos al bolsillo, ahogándonos, dejándolos sin respiración, llevándolos en volandas, haciéndoles subir y bajar a un ritmo frenético, en noches mágicas llenas de humo, alcohol, luces y drogas, eran años desenfrenados…
Yo los miro bailar como posesos, dejándose la piel y los problemas fuera, dando color y sabor a cada una de las noches, disfrutando como si no hubiera mañana, sonriendo extasiados. Cada uno y cada una, viviendo en su propia parcela del paraíso que Txema les ofrece en bandeja.
— ¿Lo has traído? – me pregunta, serio por un instante, de espaldas a sus acólitos.
— Sí. — le digo acercándole un sobre, un recibo y un bolígrafo que rechaza con la mano — Lo siento Txema ya conoces las normas — le contesto encogiéndose de hombros y pasando el dedo disimuladamente por la superficie del disco recogiendo algunas motas de placer químico, pero sin darle el sobre.
— No disimules cabrón, dale. Pero la banda es mía. — Me anima, inclinando la cabeza a romper el dibujo del campo de fútbol, mientras me arranca el recibo y el bolígrafo de las manos y firma.
— Vale. Gracias. — le digo mientras recojo el papel, le doy el sobre y me inclino cogiendo un billete mío, haciendo un rulo y aspirando fuerte, seguir al ritmo frenético que Txema acaba de lanzar a todo volumen con el siguiente pelotazo, antes de volver, volando bajito, a mi rincón en la barra.
Y así noche tras noche. Hasta que llegó Patricia — pienso mientras le doy vueltas al cortado.
…
..
.
— ¿Me dejas pasar? Le digo al oído, para que puede escucharme entre el estruendo, a la chica con el pelo corto y rojo, apoyada en la puerta de entrada a la cabina.
— ¿Para qué quieres pasar? — me pregunta con un mohín, arrugando la nariz y sus muchas pecas, molesta por tener que dejar su lugar privilegiado a un extraño. Su cara, cambia al verme con el polo del Staff mientras le sonrío de medio lado, acostumbrado — Disculpa, creía que eras otro pesado más mirándome el culo.
— La verdad es que sí que te lo he mirado, estás perfecta para eso. Como hay que subir tres escalones para llegar hasta aquí… Es muy difícil evitar no fijarse en tus piernas y en todo lo demás — le contesto mientras observo como sonríe y se aparta un poco para que no vea cómo se ha puesto colorada.
— ¿La conoces? — me pregunta Raúl moviendo la cabeza hacia la chica que ha vuelto a ocupar su sitio delante de la puerta de entrada y nos mira divertida. Es pronto y, por ahora, es él, ayudante de Txema quien se encarga de calentar el ambiente, antes de que empiece él con su sesión.
— La he visto algunas veces, pero no sé quién es. Aunque no está nada mal — le digo. Y mientras le entrego los turnos de trabajo para ese fin de semana, aprovecho para repasar a la chica de la puerta, que se sabe observada y empieza a darse la vuelta despacio como una bailarina en una cajita de música, para que pueda verla a placer. Raúl y yo, soltamos una fuerte carcajada mientras ella, vuelve a su posición y bebe de su vaso con una pajita, no sin cierto aire de provocación.
— Parece que te tiene ganas — me dice Raúl, mientras me da un ligero codazo. — Creo que se llama Patricia. Dile algo.
— No Raúl, ya sabes que soy tímido, además me están esperando…— le contesto.
— Vale, como quieras. Ya la invitaré yo a la cabina — me dice guiñando un ojo.
Antes de poder salir, ella se pone delante de la puerta y, al pasar, se acerca para decirme al oído:
— ¿Te gusta lo que has visto?. — Y vuelve a chupar de su pajita con la misma cara de buena chica que la Lolita de Navokov.
— Puede que sí – le contesto — pero ahora debo irme. Si quieres algo, estoy abajo — le digo señalando mi rincón en la barra grande.
— De acuerdo. — Me contesta sonriendo de medio lado — procuraré no olvidarlo, pero si lo olvido ya se lo preguntaré a tu amigo Juan Carlos.
Antes de llegar al pie de la escalera, me giro para mirarla de nuevo y la veo muy atenta al trabajo de Raúl aunque otra noche, mucho más tarde, me confesaría que estaba mirado uno de los espejos del fondo que reflejaba mi cara mientras le miraba el culo y ella sonreía masticando nerviosa, su pajita.
…
..
.
..— Dime cuanto te debo. Acabo de ver que el funeral es en unas horas, y me voy a acercar. — Le digo a Rita, después de sopesar pros y contras. Hace un tiempo se me ocurrió acercarme a una de las fiestas revival que se hacían para intentar juntar de nuevo, en un ataque agudo de melancolía, a todos aquellos que frecuentaban la discoteca en los años 80, cuando era una de las tres mejores de la ciudad y pude comprobar cómo habían cambiado muchas de las personas que yo conocí, o no lo habían conseguido. Algunos, se habían quedado anclados en un pasado ya sin sentido para mí. Pero esto se trataba de presentar mis últimos respetos, era algo distinto.
Aun así me mantuve un poco distante de la inevitable turba mediática al llegar al cementerio. Saludé a algunos viejos amigos y conocidos con una inclinación de cabeza más propia de aquellos que se saben supervivientes de una época que para demasiados acabó hacía tiempo en una caja o en una urna, víctimas del alcohol o de las drogas. Me quedé a unos metros del grupo principal, a la sombra de un árbol escuchando las palabras del sacerdote… hasta que el viento me trajo su canción.
Sonando bajito, como si estuviéramos solos en una celebración intima, se ha puesto a mi lado con el móvil en la mano. En la pantalla Nina Simone canta “My Way”. No puedo evitar sonreírle al suelo, con los ojos cerrados y sin atreverme a levantar la cabeza. No me hace falta verla, ni hablar tampoco. Ella se apoya en mi hombro y mientras escuchamos acabar la canción con la que Txema siempre empezaba sus sesiones, me alarga un frasco brillante.
..— Supongo que él lo hubiera querido así. — Le digo aceptado la petaca y dándole un trago largo.
..— Seguro que sí. Así lo querría. Apuesto a que ahora nos está sonriendo, desde el infierno. — Me contesta con un hilo de voz, mientras apura su trago, cierra el tapón y le da un beso suave a nuestra vieja petaca, antes de guardarla en un enorme bolso de piel marrón.
..— Veo que todavía la conservas… ¿Cómo estás? — Le pregunto mientras pongo mi mano sobre la suya que, ahora, se apoya, algo temblorosa, en mi brazo,
..— Tchsss… deja que acabe la música, una última vez. — Me dice, apoyando su dedo en mis labios. — Tranquilo, hoy no voy a marcharme. Tenemos mucho de qué hablar. — Me dice apoyando su cabeza en mi hombro.
Su olor y el rojo de su pelo corto siguen igual. Y no se quitó las gafas de sol hasta mucho después, cuando nos quedamos solos. Patricia llegó del pasado en el momento justo para poder quedarse, tal y como me prometió aquella última vez, al amanecer:
..— Ya te encontraré en cualquier canción — me dijo antes de darme un beso y marcharse muy lejos, incapaz de elegir…
Pero esa… es otra historia…
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