Una mujer alta, delgada y con altos tacones y vestido ceñido, enfilaba el pasillo de un viejo edificio situado en una antigua zona industrial del sur de la ciudad. Se ahuecaba el pelo rubio platino y caminaba con decisión. Al llegar al número de puerta adecuado se detuvo y llamó firmemente con los nudillos. A los pocos segundos, le abrió un joven que a duras penas pasaría de la veintena. Ella se sorprendió y comprobó que el número de la …