El marcador al descanso no presagiaba nada halagüeño y el vestuario visitante de aquel modesto campo era un funeral. Apenas alguna tos se atrevía a romper el pesado silencio. Uno de los jugadores, abatido, abría con pesar una botella pequeña de agua. Un anciano, delgado, de pelo cano y bigote generoso, se paseaba de un lado a otro, mirando al suelo. Después de un par de minutos se abrió una americana de aspecto tan viejo como él y sacó una …