Arriesgado, como arrancar con los dientes la anilla a una granada y jugar con ella hasta volar en pedazos. Insensato, como abrir la llave del gas y acto seguido encender un cigarro. Kamikaze, como rociarme con queroseno y correr, sin querer evitarlo, hacia una hoguera. Suicida, como mirarte a los ojos y arder por dentro en combustión espontánea.
Mirarte a los ojos digo, como si no fuese suficiente con cerrar los míos y recordarte, para que entre mis piernas estallen mil fuegos artificiales y en mi estómago aleteen todas estas mariposas salvajes que no consigo dominar.
El rugir de las tripas al pensarte, porque imaginar tu boca me da hambre, de la que no se sacia con un simple beso, de la que necesita primero, segundo y postre. Sed, de la que provoca mi lengua si la imagino bajando por tu ombligo. Inevitable, como mirar al desastre a los ojos y confiar en que todo saldrá bien. Absurdo, como romper con todo, y quedarse a ver los trozos. Contradictorio, como querer que alguien se quede cuando eres tú la que no para de huir. Posible, como cuando cierras los ojos y eres invencible.
Invencible, como hoy. Pero esta vez con los ojos bien abiertos. Que ya estoy cansada de luchar en este campo de batalla donde mi única enemiga soy yo misma. Hoy me he pintado los labios de rojo obsesión y me he perfumado con unas gotas de molotov, espero que te guste. Lo tengo todo preparado para volar en mil pedazos, si quieres. O en un millón. O en infinitas partículas que se queden para siempre en suspensión tras la deflagración, y así poder colarme en tus pulmones y formar parte de ti para siempre. Se me está yendo un poco la pinza, lo sé. Intento centrarme. Me miro en el espejo del ascensor, estoy preciosa. Me desabrocho la blusa un botón más, me subo la falda unos centímetros, me alboroto el pelo. Miro el reloj, son las cuatro menos diez. Es la hora a la que sales de casa. El ascensor para en el segundo, como cada día, y entras. Hoy por fin me has visto.
Me sonríes. Tarareas, sigues el ritmo con los pies, el sonido que se escapa de los cascos deja intuir que hoy tienes el día rockero. Vaqueros desgastados, camisa blanca, americana gris, y deportivas blancas cubriéndote los pies. Tu pelo revuelto cayendo un poco por tu frente, lo recolocas, otra vez, es rebelde, como el vuelo de mi falda. El ascensor llega al parking, te subes a tu moto y yo a mi pequeño y destartalado coche. Hoy es el día.
Decido seguirte una vez más, recorres el mismo camino cada día, a la misma hora, las mismas calles, los mismos semáforos. Estamos llegando, último semáforo, es ahora o nunca, ‘ahora’ me digo temblorosa mientras clavo el pie en el acelerador, Ámbar, Rojo, paras, colisión.
Mierda. No debí acelerar tanto. Estoy paralizada, veo gente correr hacia nosotros, un señor me mira y gesticula mientras grita improperios y me golpea en el capó, no reacciono, no me muevo, creo que solo puedo respirar, y porque es una acción involuntaria. No te veo. Estás en el suelo, me falta el aire. ¿Qué he hecho? Me pregunto mientras alguien abre la puerta del coche, es una chica, sus rizos rubios me ciegan, me habla pero no escucho, solo oigo cómo me bombea el corazón a una velocidad que asusta. El miedo me muerde las tripas, la rabia me invade, y de pronto, un maremoto de emociones se mudan del centro de mi pecho hasta la garganta y simplemente me echo a llorar.
Sirenas. Luces. Gritos. Caos. Mis lágrimas se mezclan con la sangre que brota de un corte en la frente. Quiero gritar, quiero echarme a correr y huír de toda esta pesadilla, pero no puedo. Estoy clavada al suelo, mirándote, aturdida, sin poder reaccionar. No te mueves. El zumbido que ha invadido mis oídos se hace cada vez más intenso. El suelo se viene hacia mi cara y la luz se apaga.
Me despierto en una habitación de urgencias, me han cerrado la herida y me han colocado una vía que arranco de mi brazo rápidamente. Recojo mi ropa, el bolso, me visto, necesito salir. La ansiedad me asfixia, me oprime el pecho, no puedo respirar, no quiero perder un minuto más, voy a buscarte. Recorro los pasillos, pregunto a los celadores, a las enfermeras, por fin alguien me dice que estás en una habitación de la primera planta. He tenido que decir que soy tu mujer. Lo cierto es que la idea me gusta. Me hace sonreír. Seré tu esposa mientras estés aquí dentro. Yo cuidaré de ti.
Por fin te encuentro. Estás solo y pareces dormido. Imagino que en el goteo te habrán metido algún tranquilizante además del analgésico y tardarás en despertar. Me recuesto a tu lado, hundo mi nariz en tu cuello y aspiro profundamente. Llevo años esperando este día, aunque lo había imaginado de otra manera.
Sigo el ritmo de tu respiración, veo tu pecho moverse, clavo la nariz en tu cuello, suspiro, ya estoy en casa. Cierro los ojos y por un momento veo nuestra vida pasar, bueno, la que hubiera sido nuestra vida si aquel Julio del 96 mis padres no se hubieran mudado a la otra punta del país.Teníamos 16 años, éramos felices. Cogernos de la mano a escondidas, besos en la playa, cosquillas en el parque, madrugadas sin dormir mientras hablábamos de cualquier cosa, partidas a la Play, nuestras primeras cervezas, besos en el sofá, nuestra primera y espantosa primera vez, eras mi TÚ. Y yo tu TODO.
Fotos, risas, conciertos, cartas, mensajes en la arena, nuestros nombres en un árbol, tu nariz en mi ombligo. Todos esos recuerdos me acompañan desde aquella tarde en el bar de la Mari mientras nos despedíamos, no sin antes jurarnos amor eterno. Y los primeros meses así fue. Cartas casi diarias, llamadas, llantos bajo la almohada, oír tu respiración al otro lado del teléfono cada viernes a las 7 de la tarde, hasta aquel viernes de noviembre. Te disculpaste por carta. Pero ahí fue el principio del fin. Las cartas dejaron de ser diarias, las llamadas inexistentes, cada uno siguió su camino, yo hice de tripas corazón y dejé de responder a las cartas y te dejé marchar. No sin antes convertirte en obsesión. Te veía en todas partes. Te besaba en otras bocas, te encontraba en otros brazos, pero nunca regresabas del todo, y mis relaciones no funcionaban, porque ellos no eran TÚ. Me obsesioné hasta el punto de necesitar ayuda profesional.
Y aquí estamos, en una cama de hospital porque después de todos estos años no me reconociste aquel día en Correos que fui decidida hacia ti, con el pecho encogido, las mejillas sonrojadas y las mariposas revolucionadas ‘Hola’ acerté a decir, respondiste con otro hola y cara de incertidumbre. Me di cuenta de que me habías borrado de tus recuerdos, disimulé con un ‘¿Eres Javier, no? El de RRHH’, obviamente negaste, me disculpe como pude y seguí mi camino.
Dos semanas después me mudé a tu edificio, coincidíamos casi a diario, ahí pasé a ser la vecina del tercero. Qué cerca y qué lejos te sentía.
De vuelta a la realidad, tu pecho sigue en movimiento, respiras, tus constantes son estables, en cambio mi respiración se acelera, los pulmones se me cierran, me falta el aire, la cabeza me da vueltas, tiemblo, de golpe sudo, creo que me voy a desmayar. ¿QUÉ TE HE HECHO, MARC?
Quiero pronunciar tu nombre, gritarlo hasta despertarte y mirarte a los ojos para pedirte perdón. Pero las náuseas son tan intensas que sólo puedo acertar a llegar al baño justo a tiempo para vomitar en el lavabo. Casi no me reconozco en el espejo. La blusa manchada de sangre, el ojo y pómulo derecho hinchados, la cara pálida perlada por el sudor y un corte con sutura en el nacimiento del cabello enmarcan una expresión de derrota absoluta. Me dejo caer en el suelo, sin fuerzas, y rompo a llorar. Abrazada a mis rodillas, balanceándome de delante atrás. El ataque de ansiedad es inminente, lo veo venir. No es la primera vez que me pasa, por eso en el bolso llevo siempre una caja de diazepam. Somos inseparables desde hace unos años. Me tomaré dos y me acostaré a dormir a tu lado. Dormir a tu lado, qué puta felicidad. Quiero dormir siempre contigo, quiero dormir, sólo dormir, así, con mi cara en tu cuello, mi mano sobre tu pecho, que nadie me despierte nunca. Dos pastillas, tres, cinco. Vacío el blíster en la palma de mi mano, un poco de agua en el lavabo, y para dentro. Sin pensarlo. Me descalzo, me acuesto despacio para no despertarte. Paso suavemente tu brazo por debajo de mi cuello. Mi cara sobre tu hombro, mi mano dejándose mecer por el suave movimiento de tu pecho al respirar. Todo vuelve a estar en orden. En mi cabeza se suceden imágenes que aparecen fugazmente como flashes de una cámara. Sonrisas, playa, sol, caricias, un ascensor, tu olor, una granada a punto de explotar, tu flequillo, música, tu boca, una cerilla, mi falda, tu mirada, fuego, verde, naranja, rojo, explosión, acciones y reacciones. Tú y yo.
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