Aun hay noches en las que despierto consternado, con el rostro sudoroso y los latidos fuera de ritmo…con ese temblor en las manos.
A veces despierto llorando.
Despertar es un regreso, pero mi realidad es otra. Hay mucho de tregua en los despertares que llegan a media pesadilla, son un salvavidas cuando uno está por ahogarse.
Suelto al aire un suspiro con sollozo, como una plegaria a la penumbra, de los que vienen desde el pecho. Recuperado el aliento, llego a la conclusión de que de nuevo has sido un sueño, de los que no me atrevo a confesar ni ante la noche, ni siquiera ante la nada, será otra batalla sin cuartel ante el insomnio, otra guerra de media noche, a pelear un sueño nuevo sin trinchera, sin ese abrazo que me salve.
Amanece.
La frontera de otro amanecer se rompe por la parte más delgada, la incertidumbre. Parece mentira que ya hayan pasado dos años y tú como si nada. Desde mi inocencia sigo sin entender los motivos que te llevaron a alejarte, abrigo la esperanza de un regreso, aunque nunca se lo digo a nadie, aunque todos piensan que no me entero, siempre estoy atento cuando te mencionan, cuando hablan por señas, para que yo no oiga.
Nos dejaste solitos… y nada justifica éste vacío, tanto olvido. Nada de lo que hagamos podrá llenar la ausencia que dejaste en nuestra casa, en nuestra cama, en los abrazos que espantaban mis demonios justo antes de dormir, aquella voz que arrullaba mis anhelos, que dibujada en mi pradera un desfile de unicornios.
Ella jamás volvió a reír. Hace un esfuerzo enorme por alejarme de la burla, de los niños que me señalan mientras dicen que soy un niño sin papá. Eso es lo que dicen todos…que soy un niño sin papá. Las señoras de los delantales largos que cocinan en el comedor del kinder garden, murmuran bajito sobre mí cuando recojo mi merienda, y yo finjo que no sé de lo que hablan cada vez que opinan sobre ti. Al parecer todos saben nuestra historia…mientras yo cada día olvido un poco más tu rostro, olvido un poco más tu nombre, extraño un poco más tu abrazo. Mientras yo cada día me voy quedando sin recuerdos, con toda las dudas que un hogar sin padre ofrece, sin el sosiego de un “descansa hijo, mañana por la tarde pintaremos tus delfines”.
Soy un niño de cuatro años que no tiene papá. Tengo una madre abnegada que me deja al cuido en una casa-hogar. Ahí paso 8 horas de mi vida mientras mi madre se esfuerza para comprarme el alimento que necesito, yo no entiendo nada sobre el costo de la vida, yo solo quisiera que mi mami tuviera más tiempo para jugar conmigo, quisiera no encontrarla tan cansada cuando viene a recogerme, como cuando reíamos los tres después de una sopa de verduras, después acostarnos los tres en el sofá a ver la tv, y poco a poco oír sus voces alejarse mientras voy cayendo en lo profundo de un sueño lleno de paz, entre los brazos de mis padres.
Pero en mi vida ya no hay praderas ni delfines, ni arrullos por las noches, ni desfiles de unicornios. Hoy todo es un lamento alrededor de nuestras vidas, hoy todo es desconsuelo. La parte más triste es cuando mamá llora. Se recuesta sobre mis hombros y llora en silencio. Humedece mi camisa, se aferra a mis manitas y yo solo alcanzo a quedarme quietecito. Quisiera poder decirle tantas cosas de provecho, pero solo soy un niño de cuatro años que cada día te recuerda menos aunque te extrañe más, que finjo no necesitar de nadie aunque soy tan indefenso, que intento ayudar a mami evitando hacer preguntas sobre el paradero de mi padre, que lo poco que entiendo de la vida es que ha sido injusta al separarnos.
Luego se hace tarde. Mamá me lleva a la cama y yo finjo dormir con los ojos cerrados. Entonces me cuenta todo, porque cree que estoy dormido y que no le escucho nada. Habla de las veces que jugábamos los tres, de las madrugadas cuando despertaba y me subía a tu espalda, de lo felices que los hacía a pesar de las trasnochadas, de las veces que desperté con miedo y la voz de mi padre me llevó de nuevo al sueño.
Hoy ya no queda nada.
En mis recuerdos sigue estando el momento en que saliste para siempre de mi vida.
Veo a mamá suplicando que te quedes. Te veo voltear tan frío soltando las manos de mi madre. De mí no te despediste, me dejaste en el olvido mientras corrías a esconderte.
-Miserable.
Y hoy por fin me voy quedando sin lamentos y reclamos.
Ya olvidé como decir papá.
Ya mis labios están sellados.
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