«Es imposible esclavizar un sentimiento esperando el amanecer si el corazón tiene la mirada perdida en otro horizonte…»
Desde aquel acantilado, ella podía ver, con permiso de las lágrimas, su pequeño pueblo pesquero despertando entre la niebla y el frío del amanecer. Las casas oscuras de madera sobresalían del primer bostezo del día y comenzaba el titilar de las velas iluminando los interiores. La luz comenzaba a ganar la batalla a la oscuridad en una guerra que la noche sabía que tenía perdida.
El camisón blanco que llevaba jugaba a escaparse de la suave y fresca brisa del amanecer frente al mar. Sus pies desnudos se adentraban en el verde manto que cubría aquellos paisajes, ajenos a la humedad del rocío depositado aquella noche.
Entre sus manos temblorosas sostenía una carta. Su mirada perdida desaparecía en el horizonte donde las lágrimas se esconden.
Un largo y profundo río de sentimientos se desbordaba por sus mejillas pálidas. ¿Cuántas lágrimas caben en un sentimiento? ¿cuántas lágrimas caben en un corazón roto? La tristeza había inundado su alma hasta ahogarla.
“Es imposible esclavizar un sentimiento esperando el amanecer si el corazón tiene la mirada perdida en otro horizonte…mi horizonte ahora es otro y está amaneciendo para mí. Lo siento. Por favor, perdona todos mis pecados.” – decían aquellas palabras escritas con tinta temblorosa.
Su lectura hundía la espada de la desesperación un poco más cada vez que recordaba lo que seguía sintiendo por él. Como el primer día. Como después de aquel beso en la playa la primavera anterior antes de partir. Como en ese mismo momento. Como aquel óleo titulado “amargo amanecer” que tenía delante.
Volvió a leer la carta y la espada acabó de atravesar aquel maltrecho corazón hasta el punto de rendirse.
Hasta el punto de cerrar los ojos y dejarse llevar por el viento…hasta donde le quisiera llevar…
– “Te perdono” – le dijo al viento
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