— Así que eres escritor. ¿Y sobre qué escribes?
—Últimamente relatos sobre psicópatas. — Espero no tener que dedicarte nunca ninguno, pensé.
Tras mi respuesta, el tipo tardó un minuto en enseñarme la cruz, hecha a cuchilla y llena de puntos sutúrales que tiene en la parte interna de su antebrazo derecho. Mientras lo hacía, su mirada esquizofrénica pretendía intimidarme, buscando en la mía algún síntoma de desasosiego, cobardía o qué sé yo. La sala del local en el que estábamos era tan siniestra y oscura como nuestra conversación, que derivó en la crueldad de la mente humana y de cómo debe pensar y sentir un psicópata, tema en el que el hombre parecía estar muy puesto. Y, aunque también me contó su último episodio suicida, su voz pausada y calmada iba ganando seguridad, como si fuese él el dueño de la situación. La palabra clave fue “Dominante”. Al pronunciarla se hizo Dios, se volvió todavía más desafiante, fuerte, enorme, como Popeye tras zamparse un bote de espinacas a la crema. Tras deslumbrarme con su nueva puesta en escena, dijo que él nunca había estado en un local así pero que había tenido una relación de 3 años con una sumisa, así que sus credenciales y convicciones en cuanto a su rol de amo eran claras e inamovibles. En ese momento se acercó a nosotros alguien a quien llamaré Vanessa Ives, por aquello de la privacidad y tal.
—Y tú, ¿eres dominante o sumiso? — me preguntó el tipo.
—Es dominante. Yo lo estoy tutorizando. — no hizo falta que yo respondiese. Lo hizo Vanessa por mí, mientras sacudía levemente sin cesar una fusta de piel contra su pierna.
—Yo también lo soy, podrías tutorizarme a mí también.
—¿Tú dominante? Tú acabarás lamiendo botas mucho antes de que tu boca cuente hasta diez— No sé si a nuestro amigo le dolieron más las palabras o la mirada inquisidora de Vanessa, el caso es que de sus ojos pareció emerger el mismísimo infierno.
—Serás tú la que acabe suplicándome ser mi sumisa…
Por un segundo pude adivinar como en Vanessa se dibujaba una mirada de pena. Compasión, quizá. Pero sólo duró eso… un segundo. Al siguiente levantó su mano derecha y, como Nadal sacando a pasear su revés liftado en París contra Federer en el último punto de la muerte súbita del quinto set, con un giro de muñeca magistral impactó de lleno con su fusta en una rodilla del tipo.
—Por mucho que aúlles, no dejas de ser un gusano.
El gusano quedó abatido. Derrotado sobre el sofá igual que un león atravesado por la espada de un gladiador en un anfiteatro romano.
Punto. Juego. Set y título para la Señora Ives.
Yo tuve que retenerme. Me hubiese levantado a ofrecerle mi boca a modo de trofeo. Me habría dado igual que la hubiese besado, mordido o arrancado. O que me hubiese mandado comerle el alma, el cuerpo o lamerle las botas. Bueno, eso no.
O aun no en ese momento, mejor dicho.
Hacía mucho tiempo que nadie conseguía dejarme tan magnetizado. Vanessa no pronunció más palabras. Asentó bien su gorro militar de comandante de las SS, volvió a alinear la fusta a lo largo de su pierna derecha y, tras dar media vuelta tan erguida como altiva, comenzó a alejarse. Fascinación. Estaba fascinado por esa mujer. No pude pensar en nada mientras marchaba. Mientras caminaba con esas botas altas y negras y llenas de decoraciones plateadas, dejando tras de si un halo de arrogancia. Mientras sus piernas encorsetadas en una falda de piel negra hacían bambolear su precioso trasero. Mientras su pelo rojo hacía arder la escena como si fuese la crin de un caballo de fuego al galope dentro de Troya. Mientras dejaba muy claro que su espectáculo no había hecho más que comenzar.
Entre un neurótico y un cuerdo no hay tantas diferencias. En el fondo todos deseamos lo mismo. Comer, beber, reír, sentir, seducir, poseer, atraer… Solo nos diferencia la forma de conseguirlo. El psicópata y yo deseábamos lo mismo: Vanessa. Él eligió el camino equivocado. Creyó poder cautivarla con su pose de tipo duro, frío, sin miedo a nada, ni a nadie. De los que piensan que su mente es infranqueable y capaz de poner una pica en Flandes en la de cualquiera. Sobre todo, en el de una mujer. Para él, un ser fácilmente manipulable que jamás podrá resistirse a los encantos de dejarse follar la mente por una privilegiada como la suya. Yo elegí un camino más sencillo, lógico y placentero.
Basta con tapar un simple rayo del sol para que todo cuanto te rodea quede a oscuras. Para que quedes a ciegas y no te quede más remedio que aprender a moverte por instintos. Al principio darás pasos cortos y con las manos intentando palpar lo que pueda haber por delante y a tu alrededor para no chocar con ello. Al rato, irás perdiendo el miedo, descubriendo que puedes caminar sin temor, que los golpes también los sufres en el lado de la luz. Sentí que, pasar al lado oscuro que me proponía Vanessa, suponía traspasar una valla de concertinas que desgarrarían porciones de mi mente que ya serían irrecuperables. Es la reencarnación de Mefisto. La tentación vive en su cabeza y yo me sentí su invitado de honor esa noche. Saqué billete para el anfiteatro romano dispuesto a dejarme persuadir.
Someter al mismísimo diablo. Ese es su único propósito. Satanás, Satán, Lucifer, Belcebú. Hombres. Hombres. Hombres. Quizás, en otra vida, Vanessa, ayudó a escribir la Biblia del Diablo. Pudo ser una discípula de él, como he dicho antes: Mefistófeles, capturando almas para pasarlas al lado oscuro. A ella le resulta sencillo. La mazmorra es un simple tablero de ajedrez en el que los leones caen irremediablemente postrados a sus pies. «Pleased to meet you. Hope you guess my name». Los domina con arrogancia, con supremacía, con clase, con virulencia y con dulzura. Con sensualidad. El diablo debe retorcerse en su guarida esperando que sus esbirros lo adoren tanto como a ella, porque lo que desconcierta es la naturaleza de su juego.
No, ya no recluta a esclavos para el diablo. Seduce las almas, haciéndolas creer que ella solo es una vía para conocerse a sí misma, y eso es verdad, pero luego las utiliza para su uso y disfrute. Hace suyo a quien lame sus zapatos, a quien azota, a quien fustiga, a quien humilla. A quien siente la necesidad incontrolable de ser poseído por ella, sea para lo que sea y durante el tiempo que sea. A todos, y todas, cuantos pone su sexo como una olla a presión sin tan siquiera tocárselo, porque el sexo es solo un placer vulgar absolutamente prescindible para Dómina Ives. No se deja vencer por él, como sí lo hace el Diablo y sus salmos diabólicos. Al fin y al cabo, el Diablo no deja de ser un hombre con dos rabos pero que piensa con el mismo que lo hace el resto de los de su especie. Un hombre, tan cruel y machista como la mayoría de ellos. Otro de tantos, y tantos, y tantos que se hizo un nombre, una fama, una celebridad a costa de su amante. De robarle todo el protagonismo a la mujer que le enseñó cuál debía ser su camino. Lilith bien sabe de lo que hablo. Y creo que Vanessa también lo sabe.
Por eso lo busca. Por eso lo espera, porque si Lilith está reencarnada en alguien es en ella. Por eso lo reta no entregándole ningún alma más a Satanás. Y no es que Vanessa se sienta un ser especial, dotada de fuerzas sobrenaturales o cosas así, no. Es simplemente una mujer que se sabe mujer y hasta dónde es capaz de llegar una mujer. Una mujer que un día abandonó el paraíso machista para vivir sin miedos a nada. Sin príncipes ni demonios, ni Adanes que resuelvan su vida. Sin necesidad de ser protegida por nadie, sin más coraza que su sabiduría para manejar a quien ella desee. Pero tiene dudas de que venga, y yo también. Debe ser tan cobarde como la mayoría de los hombres, incapaces de dar la cara cuando tienen todas las de perder, porque hasta el mismísimo Diablo sucumbiría a todo cuanto ella se proponga. Y eso lo sabe Lucifer. Y yo también.
Y las luces del anfiteatro se apagaron. Vanessa recogió sus “juguetes” y marchó tal y como llegó. Impasible, serena, mostrando indiferencia a la tensión sexual que había provocado en todos los que asistimos a su espectáculo. Un par de vencidos leones quedaron molidos sobre la arena como dos lindos gatitos lamiéndose las heridas uno a otro, mientras yo luchaba por contener la excitación de mi miembro, de mi boca, de mis manos y, sobre todo, por intentar adivinar si aún había algo en mí que pudiese resistirse a sucumbir a ella.
PD: Por si a alguien le interesa saber qué fue del psicópata, aunque sospecho que debéis imaginar algo… a la media hora de haber perdido la final de Roland Garrós, estaba crucificado con el torso desnudo y recibiendo una serie de adorables carantoñas del látigo de Vanessa como penitencia a su ingenuidad. “Satanás, ¿me oyes? Soy éSeKa. Escúchame una cosa… O te pones las pilas y miras de enviar soldados con más nivel para enfrentarse a esta gladiadora, o vete sacando un plan de pensiones porque ya mismo te veo jubilado. Tú mismo.”
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