El último día – @Contradiction_

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Despierta. Son las 8. Hay que aprovechar el día. – no sé de dónde salía esa voz. En la habitación solo estaba yo. Me levante asustado.

Miré el reloj, que efectivamente marcaba las 8:00. Fue un sueño muy extraño. No tenía nada que hacer. Sería un domingo como otro cualquiera.
– Quiero que te duches y te prepares. Hoy será el último día que la veas. La última vez que podrás aprovechar tu tiempo juntos. Tienes media hora para hacerte todas esas preguntas sin respuesta, elegir las únicas dos que te responderé, pasar la rabia y el desconcierto y decidir si vas a aprovechar la oportunidad que te estoy dando o no. – ahora sí que estaba asustado. ¿Cómo que la última vez? ¿De dónde demonios salía esa voz? Ella nunca bromea sobre estas cosas. Busqué por toda la habitación a ver si encontraba una grabadora o cualquiera cosa que pudiese estar emitiendo ese sonido. Nada. Miré el reloj, habían pasado 15 minutos. Me senté en el suelo, tenía que pensar.

– ¿Cuánto tiempo me queda? – dije en voz alta, sintiéndome bastante estúpido.

– Hasta mañana a las 8.

– ¿Ella lo sabe?

– No.

– ¿Debo saber algo más?

– Disfruta del día. Olvida la rabia. Olvida el miedo. Las preguntas no son importantes, solo lo serán si lo permites.

No entendía nada, pero si algo de todo eso era verdad, estaba dispuesto a aprovechar el día.

Me duché, me vestí y me fui directamente a buscarla.

Allí estaba ella, igual de preciosa que siempre, aunque hacía mucho tiempo que no me daba cuenta. Hacía mucho tiempo que se había convertido en rutina dentro del mismo paisaje. Me quedé observándola en silencio. Era fascinante verla disfrutando de su café, totalmente despeinada, absorta en alguna de sus pasiones. No se había dado cuenta de que la miraba hasta que solté una pequeña carcajada cuando la vi ladeando la cabeza con desaprobación mirando fijamente su portátil.

Me preguntó qué hacía despierto tan temprano. Para ella no era temprano, de hecho, dormir para ella era una pérdida de tiempo. Nunca supe si era verdad que no le gustaba dormir o que le tenía miedo.

No supe qué contestarle así que le di un beso. Otra cosa que hacía mucho que no hacía. Darle un beso porque sí. Me sonrió y me pregunto que si quería desayunar. Siempre preguntaba lo mismo y ella jamás lo hacía.

No le conteste a eso tampoco. Le dije que se pusiera el bikini, que nos íbamos a la playa. Ahora era ella la que me observaba atónita. Hacía ya años que me negaba a llevarla a la playa, aún sabiendo que era lo que más le gustaba en el mundo. Yo con los años fui odiando cada vez más esos viajes que hacíamos y ella simplemente se fue resignando.

Sabía que me merecía esa mirada, así que no la discutí como de costumbre, sino que me acerqué más y le susurré ‘hoy es tu día, hoy vamos a la playa’.

Me sonrió y se levantó rápidamente. Sacó el viejo capazo y me pidió que revisará si tenía algún bicho. Estallé en carcajadas. Si había algo que esa mujer temía eran los bichos. Nunca comprendí como algo tan pequeño podía hacer gritar a alguien tan fuerte.

Era fuerte, no fuerte de complexión sino fuerte de carácter, algo que me hacía admirarla tanto como odiarla. Cuanto más la desafiaba más fuerza cogía. Era como intentar embestir un huracán.

Revisé el capazo minuciosamente mientras ella se ponía el bañador y buscaba el mío. Me lo trajo y metió todas las cosas que pensó que podríamos necesitar en nuestro viaje. Volví a reírme, como de costumbre, llevaba una cantidad ingente de comida por si yo tenía hambre y se olvidaba de la suya. Siempre estaba atenta a las necesidades de los demás, aunque con los años había aprendido a ponerse ella por delante cuando lo necesitaba. No ser lo primero y lo último en su vida fue algo que yo resentí.

Me miró fijamente y me preguntó qué a qué venía esa cara de pena. Normalmente me hubiese enfadado mucho con ella por decirme eso, siempre me enfadada si leía mis sentimientos. Hoy en cambio aprecié esa capacidad. Confesé estar triste. Me estaba dando cuenta de muchas cosas. A ella no le hizo falta saber nada más, se acercó y me susurró ‘no te preocupes’.

El resto del día lo pasé disfrutando de verla disfrutar. Parecía un niño pequeño en Navidad, no creo que nadie en este mundo disfrute tanto solo con el hecho de estar cerca del mar.

Le propuse ir a ver el atardecer, supuse que si de verdad era la última vez, debía disfrutar de eso que ella tanto amaba. Esta vez no quería nada más que asentir sobre lo precioso que era cada vez que entre foto y foto me lo preguntara. La verdad es que no tengo ni idea de si era preciso o no, yo observaba lo preciosa que estaba ella cuando se le llenaba la mirada de alegría.

Tras el anochecer, volviendo a casa, paso todo el trayecto charlando conmigo. Desprendía felicidad. Esa noche, como antaño, no había nada que le pareciera más importante que contarme absolutamente todo lo que se le pasaba por la cabeza. No sabía cómo echaba de menos esa cabecita, totalmente caótica y extrañamente divertida. Hacía tiempo que ni siquiera charlábamos.

Al llegar se quedó dormida en la cama mientras yo guardaba las cosas en la cocina. Me acomodé a su lado y la dejé dormir. Pase horas observando atentamente sus movimientos mientras la acariciaba. Se despertó y se acurrucó en mi costado, consiguiendo que me quedase yo también dormido.

Me desperté a las 7, muy asustado, buscándola. No estaba. Me quede en silencio intentando escuchar algún ruido que me diese una pista sobre dónde estaba. No estaba. No se oía ni un solo ruido.

Estoy seguro de que me estaba dando uno de esos ataques de ansiedad de los que ella me había hablado y que jamás había entendido.

De repente me acordé, todos los días sube a la azotea a mirar el amanecer. Salí corriendo. Cuando me vio aparecer en pijama y con la cara descolocada se asusto. Ahora era ella la que tenía el ataque de ansiedad. Tuve que tranquilizarla, prometerle que no pasaba nada, que todo el mundo estaba bien, que sólo había tenido una pesadilla. Me abrazó, con la misma ternura con la que me abrazaba cada vez que intuía que lo necesitaba.

Terminamos de ver amanecer y me dio las gracias. En ese momento me di cuenta de lo mucho que nos habíamos perdido. Me estaba dando las gracias por hacerla feliz un día, como si hacerla feliz fuese un favor que le hacía y no lo que me hacía feliz a mi.

Le pedí perdón y ella me besó, hacía mucho que no preguntaba el por qué de las cosas. Normalmente ella ya sabía por qué y yo odio hablar.

Me fui a duchar mientras ella se hacía otro café. Eran las 8 menos cuarto así que me di prisa, aproveché los últimos 15 minutos mirándola, a sabiendas que la estaba poniendo muy nerviosa. Yo estaba disfrutando de ese nerviosismo que la obligaba a hacer movimientos muy extraños y graciosos.

A las 8 en punto se marchó a trabajar, despidiéndose con un beso y un hasta luego.

He estado todo el día en contacto con ella, necesitaba confirmar que aquella voz no tenía razón.

21:59. Suena el teléfono. Es la Policía. 

(Continuará, o no.)

 

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