Calla.
No quiero escuchar más esas voces que se repiten en mi cabeza. Ahora suenan tan fuertes los golpes de mi corazón, haciendo eco en la razón…
Me debato entre vivir colgada de lo que un día fuimos o morir saltando al vacío de una vida nueva.
Salto, y ahora todo es caos, pero yo necesito ordenar mis ideas; dar pasos firmes. El pie derecho primero, la mala suerte, detrás. La mirada perdida en ninguna parte, el objetivo claro y de mi mano. El espíritu de lucha rugiendo sin descansar.
No puedo más con los tacones.
Intento hacer equilibrios en la cuerda floja, y claro, por mucho que mis pies hayan sabido sostener erguido y elegante a mi cuerpo hasta ahora, viene una pirueta más y no puedo.
Me rindo.
Toda la vida con la balanza a cuestas, sopesando los pros y contras, buscando el equilibrio y la justicia. Y eso pesa, joder si pesa. Andar siempre cargada con una mochila llena de balanzas, qué sin vivir, qué angustia, y sin encontrar a nadie que te libere un poco esa carga.
Pero ahora abro los ojos. Te has instalado en mi corazón hasta el fondo, como quien no quiere la cosa.
Viéndolo venir pero sin querer verlo.
Porque asusta, acojona, no sé si quiero ser feliz. Todavía no sé si seguir en mi bucle de negatividad o dejarme llevar por la luz que irradias.
Al final, te doy la mano y ahora decido que no quiero soltarme. Me das la calma que necesita mi caos, la razón cuando me abruman los impulsos. Te miro, y me hago volcán, canción y colores.
¿Quién dijo que el equilibrio fuera imposible entre los dos?
Equilibrio, es aportar lo que a ti te da la vida, y a mí, sacarme de esa muerte lenta para vivir la vida que nunca creí.
Mira… yo paso.
No quiero pesar quién quiere más a quién. Si vas a quedarte solo porque van mal las cosas, o quedarte conmigo, siempre.
Pero yo si sé lo que quiero ahora.
Tu sonrisa, que me da el punto exacto de locura para no resquebrajarme y seguir de pie.
Sin esos tres gramos de locura, la vida no tiene sentido.
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