He ido a besarte y has retirado la cara con un ademán estudiado en absoluto violento ni para mí ni para tu amigo, que nos acompaña. Un movimiento tan elegante con sonrisa final incluida en el que todo el mundo se ha dado cuenta de lo que ha pasado pero es como si no hubiese pasado nada. Sin duda, no es la primera vez que lo haces. Tal precisión requiere altas dosis de práctica.
Hasta aquí todo parece correcto. He interpretado mal las señales y me he equivocado. Todo parece encajar excepto por lo vivido horas atrás.
Ya te he tenido en mis labios y en mi piel. Ya nos hemos abrazado, acariciado y mordido con el ansia de lo esperado durante meses. Ya he sido parte de ti.
En lo que queda de día has evitado cualquier contacto conmigo que exceda la amistad y pueda revelar la existencia de algo íntimo entre nosotros a ojos ajenos. Ha sido algo extraño pero he decidido respetarlo.
No he preguntado nada ni he exigido una explicación de lo ocurrido ni durante el día ni tras el largo beso que me das en el coche antes de dirigirnos a mi casa.
Conversación, risas, queso y cerveza hasta las tres o las cuatro de la madrugada.
Has desnudado tu alma de miedos y nos hemos amado intensamente de nuevo, sin miedo a desgastarnos.
Mañana te vas, me has marcado. No sé cuando volveré a verte y voy a echarte mucho de menos.
El brillo de tus ojos, tu respiración entrecortada, la forma de entornar tu mirada cuando te hablo al oído y beso tu cuello no mienten.
Sé que me amas, a ratos, cuando nadie nos ve.
Puedes seguir a @Mous_Tache en Twitter