Considero que saber demasiado de una persona la vulnera de mil formas y nunca se está cien por ciento preparado. Es cierto que parte de la verdad libera pero al mismo tiempo abre una caja de pandora donde la verdad da paso a las conjeturas, cada conjetura al escrutinio y estas tienen una opinión particular que la pidamos o no corta, quema o abraza.
Comenzaré por un pedazo de lo mío y no para entregárselos sino para dejarlo atrás.
Hace días llegué a una curva emocional inestable. Con inestable me refiero a que el equilibrio con el que siempre trato de caminar se fue.
Damos por hecho que la cordura es parte nuestra como lo es la mano, los pies, la mente o el corazón. Sin embargo, como partes que en alguna etapa de la vida pueden llegar a fallar, la cordura también enferma o se pierde y Dios no lo quiera, muchas veces no recuerda el camino a casa y jamás regresa.
No fue exactamente mi caso pero llegó a un punto donde sí se rindió.
Podría decir que por muchos factores pero si tenemos que ser precisos, pueden existir tantos en la vida a medida que los acumulemos o nos los tiren encima pero solo uno en especial, empuja la última pieza como una ficha de dominó que se carga en secuencia a todas las demás que se mantuvieron de pie y nos estuvieron sosteniendo.
Comencé a notarlo un día que descubrí que uno despierta para encender el sol a las personas que ama. No porque nos alegre recibir un nuevo día, sino porque el día es un obsequio que no podemos rechazar ni aunque se nos quiten las ganas.
Así que a partir de ese día comencé a tomar nota mental de cada uno de mis hábitos y rutinas y parece tonto decirlo pero no notas cómo las sutilezas van llegando y tomando lugares que antes no estaban, con el único fin de mantenerte funcionando; supliendo unas piezas por otras aunque estas carezcan de voz o espíritu.
Uno despierta en algún momento no porque desee hacerlo sino porque necesita que los demás nos vean despertar. Despierta para que el mundo camine, comience o no se olvide de trabajar. Se despierta por muchas razones pero puedo asegurar que a veces ninguna de esas razones incluye algo que tú busques o desees por el solo hecho de estar bendito, completo y respirando.
No es sencillo ponerse de pie y no ver el mismo mundo que todos miran, o en el que la gente que amas vive, florece y se desarrolla. Para mí es más sencillo admirar la belleza de los mundos que me importan porque de cierta forma formo parte de ellos y me gusta pensar que no han sido contaminados o cuando sucede, puedo tener una parte activa que me permita sentirme útil y regresar por las noches a mis pensamientos circulares hasta cierto punto satisfecha y pensar que aunque el mundo pueda caerse a pedazos, todavía existen personas que lo sostienen.
Que respiran a pesar del poco espacio, que aman a pesar de tanta violencia y que se arriesgan a crecer en sitios donde ya no existen valores y siembran con la esperanza de que una sola de esas semillas logre arraigarse a la tierra y no se mantenga estéril.
La enfermedad de la que hablo se llama depresión y cuando llega no avisa, se instala e invade tu mente de tal forma que te sientes un intruso dentro de tu cabeza y no quieres estar en un lugar que ya no reconoces como tuyo.
Olvidas cosas que importan porque su lugar lo ocupan cosas que duelen.
Mi falta de memoria era algo aislado que de un tiempo para acá me ha venido preocupando a mí y a las personas que me rodean y amo.
«Falta de memoria selectiva a corto plazo», no sé por qué sucede pero por razones que no quiero explicar, ya no me empuja a mi mente a buscar la respuesta e informarme en algún libro o con expertos en el tema.
Si tratara de buscar una explicación que no sé si sea cierta, podría atribuirla a que trato de mantener fresca información pasada en tiempo presente. Como si cargara archivos mentales todo el tiempo bajo el brazo a donde quiera que vaya; solo que estos archivos están permanentemente abiertos en mi cabeza y no dejan espacio para cosas que importan ahora pero olvido.
Lo curioso es que mis archivos mentales selectivos dejan de lado recuerdos concretos que me hacen daño y cuando algo que no puedo controlar como un ruido o una palabra llega de forma inesperada, todo lo que permanece almacenado bajo llave se desborda hacia mis ojos en forma de lágrimas.
No sé cómo hablar de depresión porque no logro definir su forma. Lo veo como un lugar al que no sé cómo llegué ahí o si alguna vez recordaré mi camino a casa.
Y por casa hablo del corazón. De los sitios donde puedo sonreír y sentirme en calma. Donde me vuelva a sentir segura y pueda regresar sin todo este peso en la mente que el día de hoy me tiene fracturada muchas cosas como el sencillo ejercicio de abrir los ojos y no despertar llorando.
Una vez dije que escribir es lo que me salva pero el amor también lo hace.
Reconozco que existen personas importantes para mí a la que les importo y en esta batalla silenciosa, jamás han dejado de estar a mi lado. Con herramientas, con sus sonrisas y abrazos. Con la luz con la que me miran sus ojos o la fuerza con la que me ayudan a levantar momentos que ya no puedo sostener por más tiempo sobre mi cabeza.
Es raro encontrarte en posición de recibir cuando siempre has estado del lado de los que entregan pero alguien ayer me dijo, «vamos a llamarlo retribución y equilibrio. Dios nunca ha dejado de estar a tu lado cuando das y no dejará de estar presente en los momentos que necesitas recibir parte de lo que entregas.»
Dios no abandona y la gente que quiero, tampoco.
Gracias por quedarse a pesar de que para mí existan días en que no pueda ver todos sus colores.
Visita el perfil de @shivisc