Besando sapos – @LaBernhardt

labernhardt @LaBernhardt, krakens y sirenas, Perspectivas

Para: Gusano
Cc/ Cco, De: sarah@me.com
Asunto: Besando sapos.

Querido gusano:

Sospecho que escribir este mail me va a costar más de lo que tengo previsto, aunque al menos no lo estoy haciendo en domingo, que hubiera sido terrible.
Y me es difícil hacerlo porque te escribo en horizontal, bueno, tirada en el suelo, vaya: lo hago desde el fondo del pozo en el que me encuentro, sin entrar en dramas.
Lo bueno de estar así es que ya no me caigo. Lo mejor, que decir adiós desde el suelo es un comienzo inmejorable: veo el cielo, desde este infierno.
Empezaré por el final, para no hacerte gastar recuerdos, que ya te vendrán bien cuando mi ausencia empiece a hacerse grande y tú, en ella, pequeño.
Decidí dejarte el día que supe que no me querrías como yo te he llegado a querer, «pedazo zorra», estarás pensando, «¿y desde cuándo lo sabías?, ¿cuándo pensabas decírmelo?»
Te contesto, no sufras: sé, supe…
-emplea el tiempo verbal que más te guste, total, es tu final: adáptatelo como quieras- que tú a mí no y nunca pero que yo a ti sí y siempre el día de mi cumpleaños, el último que celebré contigo.
No fue nada en concreto, de verdad: desplantes y contestaciones vacías y a deshoras ya me las he llevado todas de ti. Esa noche, lejos de un nuevo dolor, me sobrevino una sensación de soledad infinita que duró un segundo. Esa noche, un cansancio tremendo me impidió salir de tu casa y no volver.
Lo disfracé de miedo; miedo de tomar la decisión de romper ¿algo?, vale, vale…no seré sarcástica. Fui una cobarde, sí. Miré para otro lado, otra vez y también, pero algo cambió esa noche. Algo sonó, además de la voz del maestro Juan de Pablos, en Flor de Pasión, esa noche en tu casa: fue un «click», el detonante de este mail, de este adiós.
Pero no nos vayamos a poner empachosos, que ojalá Bukowski o la Pizarnik, o los dos juntos mandándote a la mierda…pero ya ves que no, que sólo es un cuento de adioses escrito sin respirar, así que dejémoslo en que esa soledad me llenó los bolsillos de (más) desencanto y ya no se me fue. Y, joder, cómo me ha pesado esa sensación estos meses…De hecho, después de aquel día, acudía a cada cita un poco más cansada y llegaba cada vez más tarde…»me pesa el mundo», te decía, «me pesa tu falta de amor», pensaba.
La de veces que he salido de tu casa dando un portazo de «nunca más» en estos años, ¿eh?, cuántas rupturas «para siempre»…la de sapos que he besado, siempre con los ojos bien cerrados; besos a oscuras, con un deseo claro: «quiero olvidarme de mi gusano» «quiero cambiarlo por un sapo»…pero no, pero nadie.
Siempre volvía a ti, pobres los sapos que besé porque alguno se quedó enganchado en mis cuentos. Yo siempre decía: «no te enamores, que yo me voy a largar, que a mí no me gustan los sapos; lo mío son los gusanos». Y ni puto caso que me hizo alguno, oye. Pobres los sapos, que volvieron dando saltos tristes a su charca. Pobre yo que, con toda seguridad, perdí a más de un buen hombre, dispuesto a quererme bonito y todo el rato.
Sí, siempre te elegí, siempre volví y sí, siempre lo supiste. Sin embargo, yo no sé en qué puta vida se me olvidará tu sonrisa mal guardada, apoyada en el quicio de tu puerta, en cada uno de mis regresos, gritándome en silencio: «hola, de nuevo, linda, ¿qué tan mal te fue besando sapos, que ninguno pudo con mi recuerdo?»
Sí, tu recuerdo siempre tumbó sapos, pero querido, no eres invencible y hoy estoy escribiendo tu final, sin pararme a leer lo que te cuento, escribiendo sin contártelo cara a cara; estarás orgulloso de mí, he sido una buena alumna: qué muestra tan perfecta de cobardía te estoy dando, me recuerdo tanto a ti…
Me quedo con las risas, los viajes, pero las canciones que me enseñaste, ésas quédatelas tú. Entiende que duelen hasta el infinito y que, realmente, no son mías.
Te regalo los cuentos que te escribí cada domingo, haz lo que quieras con ellos; ya no son míos.
Te regalo mi valentía, te la cambio por esa manera cobarde de entender el amor que siempre me mostraste. Nunca te vi sufrir en ella, así que, si te parece, me la quedo yo. Seré feliz en esa cobardía que me enseñaste. Nadie me dolerá: sapos, gusanos, culebras…huiré como una cobarde de todo aquel que me quiera. Seré tú. Aquí te dejo mi garra, mi condición de valiente, para que sufras en cada ilusión que te rompan, en cada contestación que te duela, mi valentía -la tuya, desde ahora- que te impedirá dejar de luchar, que te susurrará «inténtalo una vez más, no te rindas». Disfruta de esa manera kamikaze de entender el amor, que no te dejará caer, ni retirarte a tiempo, que te consumirá cada día un poquito más, que te dará fuerzas por la noche en una mierda de WhatsApp, que te llenará el estómago con migajas, que te matará de hambre. Sonríe en ella, que te hará dejarte hasta el último resuello en alguien cobarde, ojalá, igualito al personaje que fuiste en este cuento.
Te deseo mil vidas lleno de esa valentía.

Tu Sarah, la nueva cobarde, se va a besar sapos.

 

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